«Si no tuviera este piso, estaría atracando un banco»
La vivienda de la Asociación de Familiares y Amigos de la UTE «es el único recurso que tienen cuando salen de Villabona con una mano delante y otra detrás»
Presos con un tercer grado o un permiso conviven en un alojamiento gijonés
«Yo, de niño, ya estaba en un reformatorio. Y, después, he vivido una vida muy rápida. Fuga, cárcel. Fuga, cárcel. Fuga, cárcel. Fuga, cárcel. Y te puedo asegurar que en la cárcel no se aprende nada bueno ni se rehabilita nadie». Antonio (nombre ficticio) llevaba la mayor parte de una existencia acelerada entrando y saliendo de un penal: «Era un antisocial convencido. Sólo pensaba en fastidiar a la misma sociedad que me había metido preso».
Hasta que conoció la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) de Villabona y, con ella, a unas personas que le dieron «herramientas» para que su vida cambiase. Y cambió. «Decidí dar un giro a mi destino y darme una oportunidad», cuenta este hombre enjuto y canoso de 66 años, surcado de arrugas, que enseña una pila de libretas en las que se ha vaciado. «Escribí mi vida como terapia. Ahora sólo necesito a alguien que la traduzca y que se animen a publicarla», se anuncia.
Las guarda todas cuidadosamente apiladas en el armario de su habitación, uno de los tres cuartos dobles del piso que la Asociación de Familiares y Amigos de la UTE gestiona desde hace cinco años en un barrio gijonés. Un barrio sin nombre de una calle que debe permanecer como un secreto, porque el estigma de la prisión todavía pesa como una losa.
Cuarenta reclusos -solo una mujer- han pasado por esa vivienda desde su creación, explica Rosa Fernández, al frente de la Asociación de Familiares y Amigos de la Unidad Terapéutica de Villabona, una mujer brava a la que la dirección de la prisión llanerense acaba de prohibir la entrada en la cárcel. Y, con ella, también la posibilidad de estar en contacto con los reclusos de la UTE, los potenciales usuarios de un alojamiento subvencionado por la Consejería de Bienestar Social y Vivienda del Principado, «a la que le salen muy baratos. Concretamente, a unos 1.500 euros al mes».
«Esa es la razón de que este piso corra peligro, que han interrumpido el contacto como una forma de venganza, porque la cárcel es venganza. Pero que todo el mundo tenga claro que vamos a seguir luchando para defender el modelo de la UTE y, con él, este recurso, que es el único lugar donde pueden ir cuando abandonan la prisión con una mano delante y otra detrás».
La vivienda cedida por Viviendas del Principado de Asturias (VIPASA) está destinada, precisamente, a reclusos de la Unidad Terapéutica que salen de permiso o en virtud del artículo 182 del reglamento penitenciario (un tercer grado) «como un paso previo hasta que encuentren un trabajo, se independicen y alcancen la libertada absoluta, si es que la libertad absoluta existe». Y, por lo tanto, entre sus paredes rigen unas normas que no les pillan por sorpresa, porque son muy similares a las que cumplían allí, aunque «al principio cuesta acoplarse».
Normas como que las drogas y el alcohol están estrictamente prohibidos, de lo que dan fe las analíticas periódicas que se les realizan. Y vedado también subir a una eventual pareja a pasar la noche. O como que tienen que recogerse a las 21.30 de lunes a jueves y los domingos, mientras que disponen de una hora más los viernes y los sábados. Y, si se retrasan, deben avisar. «Cuando antes esa era la hora en la que empezábamos a funcionar», bromean.
Los menús diarios y a quién le toca ocuparse de la limpieza están colgados junto a las reglas de convivencia en un corcho colocado a la entrada de la vivienda, que también cuenta con dos baños, un pequeño despacho, salón, cocina y un balcón donde, esta mañana, hay ropa tendida.
Es el techo que Antonio comparte con Carlos, Omar y Alfredo, que, a sus 35, con un problema de toxicomanía y tras «cuatro meses dentro», es el más joven de los cuatro hombres que esta temporada comparten alojamiento.
Todos están dentro de un programa de la Fundación Adsis cuyo objetivo es ayudarles a desengancharse -en caso de que tengan un historial de consumo de estupefacientes- y lograr su inserción laboral, «aunque el proyecto se adapta a las necesidades de cada persona», por lo que cada uno de ellos tiene asignada a una tutora con la que elaboran una planificación semanal que puede incluir desde buscar trabajo a hacer deporte, participar en cursos de formación o tratar de mejorar sus relaciones sociales o familiares.
«Te lías la manta a la cabeza»
«Porque muchos de ellos no tienen familia y, otras veces, las relaciones están muy deterioradas y es mejor no añadir más tensión a la situación. Por esa razón, este recurso es tan importante. Por eso y porque, hace unos años, la gente iba encontrando trabajo, pero ahora no», subraya una de las educadoras del Programa de Centro de Día de Adsis que camina con ellos en esa pelea por «conseguir autonomía».
Es el caso de Juan, que acaba de llegar de visita con su perro Draco. Él, que pasó 15 años entre rejas (dos años y dos meses en Ecuador) consiguió trabajo gracias al plan municipal de empleo y ahora cobra el paro, un ingreso fijo que le permitió abandonar la vivienda compartida para trasladarse a su propio piso de alquiler a hacerse cargo de su propia vida en solitario.
Y luego está Carlos, que lleva cinco años en la calle y que, después de encontrar trabajo y de que se le agotasen todas las prestaciones sociales, tuvo que regresar al piso del barrio sin nombre, en la calle secreta: «Si no es por ellos, no sé que sería de mi vida».
«¿O qué hace, si no, alguien sin ingresos, sin familia y sin trabajo? ¿Dormir debajo de un puente? ¿Volver a delinquir?», pregunta Antonio con la vehemencia de un hombre al que la prisión le robó la infancia de su única hija, hoy universitaria, y al que la UTE le ha dado un nuevo horizonte.
«Si te abren la puerta de la cárcel sin tener nada, te lías la manta a la cabeza y la montas, que es lo que has hecho siempre, así que esta casa también protege a la sociedad. Si no tuviera este piso, estaría atracando un banco». No es un farol. Ya lo ha hecho antes.
Articulo del diario El Comercio de dia 23-02-2014